Pero de alguna manera, o de muchas, en un momento del día registró ese peso angustioso de piano en la mochila, de nubes grises, de frío en los pies, de dolor de cabeza, de...
Entonces, decidió que si el piano no era suyo no-era-su-piano. Y, ya que estaba, tiró la mochila a un costado. Después, como se sintió liviana, dio unos saltitos por la vereda mientras apuraba el paso. Y, ya que estaba, pisó dos o tres hojas doradas de otoño que con su crujir la hicieron más liviana todavía. Y eligió la vereda soleada que en mayo tiene aromas de infancia volviendo de la escuela al mediodía... Entonces, ahí no más, tuvo un arrebato de ternura hacia sí misma y aceleró hasta el pequeño local que ostentaba un antiguo cartel de "librería" y vio brillante y generoso un libro de Galeano. Se lo dio emocionada a la vendedora quien le preguntó si lo quería envolver para regalo. Le dio las gracias y le dijo que sí, pero que era un regalo para ella misma, así que sólo le pusiera una bolsita.
Caminó con emoción pueril con su librito, se compró un bombón de chocolate y menta y se sintió feliz. Después, empezó a silbar bajito. Acababa de entender que, a veces, los pianos aunque sean pesados, si sabemos ubicarlos donde deben estar, nos pueden terminar haciendo descubrir hermosas melodías.
Caminó con emoción pueril con su librito, se compró un bombón de chocolate y menta y se sintió feliz. Después, empezó a silbar bajito. Acababa de entender que, a veces, los pianos aunque sean pesados, si sabemos ubicarlos donde deben estar, nos pueden terminar haciendo descubrir hermosas melodías.
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