viernes, 22 de junio de 2012

Comienzo


    Desorientada, aturdida, agobiada.  Escapándole una vez más a la Muerte.   Mirando sobre el hombro a cada instante para asegurarse que no está detrás de ella, respirándole en el cuello con su aliento húmedo y agrio, como el olor que inunda los pasillos que rodean los nichos, en el cementerio.
    Sola, como nunca, como siempre.  Es increíble la conciencia de soledad que le dieron estas situaciones.  Como dicen las ancianas del pueblo “solos venimos y solos nos iremos”.  Y ha tomado conciencia de lo cierto que es esto en las noches solitarias de los hospitales, cuando las enfermeras terminan de pasar fluidos que arden a través de las venas y se alejan apagando la luz o dejándola prendida (y en ese caso hay que volver al llamarlas), cuando entrecierran la puerta y sólo se filtra un haz de luz suficiente para ver en la habitación las siluetas de las puertas del baño, del sostén de los sueros, de las sillas vacías junto a la cama.
    Sola, soportando agujas, diagnósticos, pronósticos, resultados…
    Parece que logró escapar una vez más.  Volvió a escurrírsele. A pocos centímetros pasó del filo nuevamente.  Pero algo, que aún no puede precisar, esta vez le llevó.
    Por eso está así, como perdida, como en un limbo. 
    En este espacio que es la resultante de la pérdida de tantos espacios, hay un haz de luz difusa que ilumina parcialmente las imágenes.  Necesita acercarse a ciertas siluetas frágiles que se mueven y la necesitan.  Pero para poder alcanzarlos como debe, tiene que esquivar ciertos escollos.  Y hay un peso que se afirma reteniéndole las piernas.  Es necesario liberarse de esas cargas…
   Entonces, abre los ojos.  Está nuevamente en su casa.  Ha escapado y no hay anuncios mortuorios ni mortificantes a la vista. 
    Se ha puesto de pie.  Ya nada es lo mismo.  Toda certeza de antaño ha desaparecido.  Toda especulación es relativa.  Se ha quebrado hasta la última certidumbre. 
    Cuando estaba a punto de dar el paso hacia el abismo, levantó la mirada. 
     Descubre el color del cielo.  Es tan celeste como jamás lo había visto. 
    Entonces, desaparecen las cadenas.  Se siente tan etérea como nunca.  Se eleva.  Está libre.  Para siempre.  Para siempre.  Va en busca del cielo.  Nada la podrá detener.  Nadie. Nunca.  Jamás.

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