Se miraron sin verse tantos años que, el día que se descubrieron uno en las pupilas del otro, se desconocieron por completo.
Entonces, empezaron a mirarse cada vez que podían.
Y fue así que cada uno de ellos aprendió a buscarse en esos otros ojos y a disfrutar de hacerlo.
Pero la luz de los ojos al mirarse tenía un brillo como no se puede igualar en este mundo.
Por eso, supieron que todo ese tiempo habían estado buscándose el uno al otro, sin saber que estaban viéndose.
Y así, no tuvieron más remedio que abrazarse hasta fundirse en la luz que los unía...
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