Lo que Margarita cree saber
Margarita tiene vocación de vertiente. Ella siente que debe brindarse como un manantial al peregrino de la vida que cruza su camino sediento de saber. Porque Margarita cree que ha aprendido mucho y que su deber es compartir lo que sabe o, en rigor de verdad, lo que cree saber.
Margarita tiene la convicción de que el mundo se regocija cuando ella comparte sus lecturas, sus pensamientos, sus reflexiones. Margarita piensa que hay un deseo pleno en el otro de escucharla hablar, y compartir. Compartir con ella el tiempo y el saber.
Margarita tiene la certeza de que tiene, algo para dar. Pero Margarita, a pesar de los años, se resiste a saber que, como todo el mundo, ella no tiene todo lo que cree y, lo que es peor, la mayoría no quiere lo que ella cree tener, para compartir.
Margarita se empecina en en-señar. Ella pone señales que piensa y planifica cuidadosamente, para que los peregrinos la sigan y se encuentren y compartan...
Ella cree que compartir todo es muy bueno, gratificante, ennoblecedor. Por eso, Margarita se ofusca y se frustra tantas veces...
Por suerte, como Margarita sabe distinguir las cosas, ha aprendido que en su camino no sólo hay peregrinos ya que, tristemente, también hay marranos que nunca sabrán valorar lo que Margarita conoce.
La única y fatal complicación es que, a simple vista, peregrinos y marranos se presentan igual.
Era sabido
Los primeros obstáculos en la vida de Margarita surgieron el día en que ella creyó que el saber era sinónimo de felicidad. Con el tiempo y la frustración, ella fue aprendiendo que, muchas veces, para ser feliz lo mejor es ignorar. Inclusive, a conciencia.
Mayéutica
Ahora que Margarita sabe que no sabe, ha descubierto que, muy posiblemente, los mejores aprendizajes de la vida no están en los textos académicos que tanto frecuentara, sino en los diálogos con la gente sencilla.
Por ejemplo, Margarita tiene una vecina simple, que dice sin vueltas lo que piensa; inclusive demasiado directamente, muchas veces.
Y si bien hay días en que Margarita se siente desbordada por el discurso de esta mujer en cuestión, ha notado que muchas cosas pueden aprender una de la otra.
Y sobre todo, Margarita aprende mucho, cuando la vecina le habla de su relación con los hombres.
Por supuesto que aprender no quiere decir tomar cada palabra a pie juntillas y transformarlas en un estilo de vida. Aprender, en este caso (y en muchos otros) quiere decir "tener la capacidad de aceptar que el mundo y las relaciones humanas no tienen por qué darse necesariamente tal y como a nosotros nos parece".
Por ejemplo, una de las primeras cosas que la vecina expresó, para estupor de la pobre Margarita (tan llenita ella de traumas y toneladas de pacatería), fue una célebre frase que terminaba diciendo algo así como que "un polvo y un vaso de agua no se le niega a nadie". De más está decir que Margarita estuvo de acuerdo con lo del vaso de agua, y de paso aprovechó para pedir uno, ya que lo del "polvo" no le pasaba (valgan todas las redundancias posibles).
Pero, cabe aclarar, que la vecina no sólo es capaz de sostener este tipo de conversaciones. También puede reflexionar y filosofar de formas mucho más sublimes, elevadas y llevaderas, sobre todo para la pobre Margarita.
Valga, entonces, la siguiente anécdota:
Una cálida tarde de octubre, la vecina le preguntó a Margarita, del otro lado del muro-medianera que las separa, cómo era la relación con el hombre con quien compartía su tiempo últimamente, pero con quien se generaban distancias basadas en el miedo, tal vez en la inseguridad de compartir algo más. Margarita se puso de espaldas mientras se deslizaba apoyada en la pared hasta el suelo, para quedarse allí sentada y responder sin tener que mirar a la otra mujer a los ojos.
Margarita:- Soy su espejo, su sostén. Me cuenta todo. Filosofa y reelabora su filosofía a partir de mi opinión y me lo cuenta. Me para por la calle para dramatizarme escenas de su vida cotidiana. Me hace reír y se ríe; y conmigo hasta se atreve a putear... Es una pena que se siga mintiendo...
Vecina:- "Me hace reír y se ríe..." Qué bueno es eso, a veces uno cree que si avanza un poco más pueden perder esto que tienen: poder ser transparentes, putear, reírse, no sé... ser uno mismo sin miedo a que te pidan más...
Margarita:-Muy lindo eso que me decís. Es tan hermoso como tremendo lo que estamos compartiendo con ese hombre. Y me parece que ahí está el problema...
Vecina: -Y sí... Cuando el deseo se mete con el sentimiento se complica, y actuamos como un caracol: salimos, y cuando nos quieren agarrar nos metemos para adentro.
Margarita: - Es una comparación extraña...Los caracoles dejan hilos...
Vecina: - Callate. Y te dan ganas de decirle "no te asustes, sólo quería mirarte..." o... "que a través mío te mires..." Bah, que se yo...
Margarita:- Qué lindo eso, habría que escribirlo. Lástima que el tiempo pasa...
Vecina: - Sí es verdad, pero sabés somos pocos los que pensamos que no hay tanto tiempo. La mayoría te dice "ya va a haber tiempo..." Pero es difícil, la gente no se mira, no se escucha, no se comunica...
En ese instante, la vecina creyó que era el momento de dejar sola a Margarita y se fue. Entonces, Margarita soltó una reflexión filosófico poética sobre esos problemas comunicacionales:
-Y sí, es muy difícil construir un puente con palabras si no sabés si esa persona hasta quien querés llegar siente el deseo real de comunicarse...
Pero, como suele sucederle a Margarita, en ese momento detrás de la pared ya no estaba la vecina sino un amigo, que con una mezcla de ternura y piedad le respondió:
- Justo hablando de comunicación y errás el destinatario, ja ja. Estamos bien? ¿Eh, Margarita?
Y Margarita, con las mejillas ardiendo enrojecidas sólo atinó a pedir disculpas por el error, y se sintió una tonta por no haber sabido a quién le hablaba. Pero luego de unos días, entendió que estuvo bueno no saber, porque acababa de descubrir que detrás del puentecito de palabras, siempre puede haber alguien dispuesto a demostrarnos, que no hemos dicho nuestras verdades en vano.
Era sabido
Los primeros obstáculos en la vida de Margarita surgieron el día en que ella creyó que el saber era sinónimo de felicidad. Con el tiempo y la frustración, ella fue aprendiendo que, muchas veces, para ser feliz lo mejor es ignorar. Inclusive, a conciencia.
Mayéutica
Ahora que Margarita sabe que no sabe, ha descubierto que, muy posiblemente, los mejores aprendizajes de la vida no están en los textos académicos que tanto frecuentara, sino en los diálogos con la gente sencilla.
Por ejemplo, Margarita tiene una vecina simple, que dice sin vueltas lo que piensa; inclusive demasiado directamente, muchas veces.
Y si bien hay días en que Margarita se siente desbordada por el discurso de esta mujer en cuestión, ha notado que muchas cosas pueden aprender una de la otra.
Y sobre todo, Margarita aprende mucho, cuando la vecina le habla de su relación con los hombres.
Por supuesto que aprender no quiere decir tomar cada palabra a pie juntillas y transformarlas en un estilo de vida. Aprender, en este caso (y en muchos otros) quiere decir "tener la capacidad de aceptar que el mundo y las relaciones humanas no tienen por qué darse necesariamente tal y como a nosotros nos parece".
Por ejemplo, una de las primeras cosas que la vecina expresó, para estupor de la pobre Margarita (tan llenita ella de traumas y toneladas de pacatería), fue una célebre frase que terminaba diciendo algo así como que "un polvo y un vaso de agua no se le niega a nadie". De más está decir que Margarita estuvo de acuerdo con lo del vaso de agua, y de paso aprovechó para pedir uno, ya que lo del "polvo" no le pasaba (valgan todas las redundancias posibles).
Pero, cabe aclarar, que la vecina no sólo es capaz de sostener este tipo de conversaciones. También puede reflexionar y filosofar de formas mucho más sublimes, elevadas y llevaderas, sobre todo para la pobre Margarita.
Valga, entonces, la siguiente anécdota:
Una cálida tarde de octubre, la vecina le preguntó a Margarita, del otro lado del muro-medianera que las separa, cómo era la relación con el hombre con quien compartía su tiempo últimamente, pero con quien se generaban distancias basadas en el miedo, tal vez en la inseguridad de compartir algo más. Margarita se puso de espaldas mientras se deslizaba apoyada en la pared hasta el suelo, para quedarse allí sentada y responder sin tener que mirar a la otra mujer a los ojos.
Margarita:- Soy su espejo, su sostén. Me cuenta todo. Filosofa y reelabora su filosofía a partir de mi opinión y me lo cuenta. Me para por la calle para dramatizarme escenas de su vida cotidiana. Me hace reír y se ríe; y conmigo hasta se atreve a putear... Es una pena que se siga mintiendo...
Vecina:- "Me hace reír y se ríe..." Qué bueno es eso, a veces uno cree que si avanza un poco más pueden perder esto que tienen: poder ser transparentes, putear, reírse, no sé... ser uno mismo sin miedo a que te pidan más...
Margarita:-Muy lindo eso que me decís. Es tan hermoso como tremendo lo que estamos compartiendo con ese hombre. Y me parece que ahí está el problema...
Vecina: -Y sí... Cuando el deseo se mete con el sentimiento se complica, y actuamos como un caracol: salimos, y cuando nos quieren agarrar nos metemos para adentro.
Margarita: - Es una comparación extraña...Los caracoles dejan hilos...
Vecina: - Callate. Y te dan ganas de decirle "no te asustes, sólo quería mirarte..." o... "que a través mío te mires..." Bah, que se yo...
Margarita:- Qué lindo eso, habría que escribirlo. Lástima que el tiempo pasa...
Vecina: - Sí es verdad, pero sabés somos pocos los que pensamos que no hay tanto tiempo. La mayoría te dice "ya va a haber tiempo..." Pero es difícil, la gente no se mira, no se escucha, no se comunica...
En ese instante, la vecina creyó que era el momento de dejar sola a Margarita y se fue. Entonces, Margarita soltó una reflexión filosófico poética sobre esos problemas comunicacionales:
-Y sí, es muy difícil construir un puente con palabras si no sabés si esa persona hasta quien querés llegar siente el deseo real de comunicarse...
Pero, como suele sucederle a Margarita, en ese momento detrás de la pared ya no estaba la vecina sino un amigo, que con una mezcla de ternura y piedad le respondió:
- Justo hablando de comunicación y errás el destinatario, ja ja. Estamos bien? ¿Eh, Margarita?
Y Margarita, con las mejillas ardiendo enrojecidas sólo atinó a pedir disculpas por el error, y se sintió una tonta por no haber sabido a quién le hablaba. Pero luego de unos días, entendió que estuvo bueno no saber, porque acababa de descubrir que detrás del puentecito de palabras, siempre puede haber alguien dispuesto a demostrarnos, que no hemos dicho nuestras verdades en vano.
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