La vida transcurre cotidiana
hasta que un día,
uno de esos días
en que parece,
si hay sol,
que lo hubieran colgado de una tanza
de tan artificial y burdo que se muestra;
o que, si está nublado
se confunde el cielo con el alma,
sucede, que la puerta del destino
sucede, que la puerta del destino
se entreabre
y se cuela
un frío gélido.
Se estremece el cuerpo desde
los tobillos a la nuca
y se cubre el corazón de esparadrapos.
Entonces, la mano huesuda
te palmea en el hombro
y se escucha
en el medio de
la frente
“¿Cómo estás? No te
olvides
que estoy
y así como esta vez
vengo por él,
mañana serás vos, es ley.
Y me llevo de a una
las piezas
del
rompecabezas
que es tu vida.”
Y, obvio, te duele
cómo no va a doler
si te sacó un pedazo
una parte de vos,
hilo de vida, de su,
de tu vida
que hasta hoy
transcurría cotidiana.
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