sábado, 1 de septiembre de 2012

Diálogos


    Algunas veces, mientras hablamos por las mañanas, usted me mira, y su mirada no coincide con el discurso verbal que me dirige.
    Entonces yo, que lo miro atenta cuando me habla, empiezo a transitar alternativamente entre sus palabras y el lenguaje de sus ojos.  En ese instante mis oídos pugnan por permanecer atentos, pero mi piel se aleja de su voz y prefiere escuchar ese metalenguaje que la convoca y la invita a desperezarse aduciendo que hay otros diálogos posibles, que lo verbal confunde, que cada palabra que su boca pronuncia es un triste ladrillo del muro que levanta para que su piel no se descontrole y se adhiera a mis ansias.
    Entonces pienso en un lenguaje alternativo para comunicarnos, para que usted al fin me encuentre sin ambigüedades.  Imagino crear un poema que se pudiera expresar con mi piel.  Ser algo así como aquellas modelos de Klein, embebida en el color de un deseo que selle lo que usted despierta en mí, sobre un lienzo que pueda desplegarse en ese mismo muro que levanta.  Y me pregunto con qué color podría expresar ese deseo.  Y veo, justamente, tal como en aquellas obras, el color de sus ojos que me impregnan.  Y entiendo que está todo dicho, que la comunicación se ha establecido.
    Es en ese momento en que alguna razón lejana me indica que debo retomar el diálogo verbal que sosteníamos.  Y utilizo palabras, frases convencionalmente ambiguas que usted detecta al vuelo como tales.  Entonces es su boca la escindida porque, en lugar de continuar con el formal discurso cotidiano, me sonríe.  Y la complicidad de su sonrisa nos empuja a los dos al mismo nivel de diálogo y los muros formales se destrozan.  Y todo vuelve a comenzar.

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