miércoles, 8 de agosto de 2012

Duelos



La vida transcurre cotidiana
hasta que un día,
uno de esos días
en que parece,
si hay sol,
que lo hubieran colgado de una tanza
de tan artificial y burdo que se muestra;
o que, si está nublado
se confunde el cielo con el alma,
sucede, que la puerta del destino
se entreabre
          y se cuela un frío gélido.
Se estremece el cuerpo desde
los tobillos a la nuca
y se cubre el corazón de esparadrapos.
Entonces, la mano huesuda
te palmea en el hombro
y se escucha
       en el medio de la frente
 “¿Cómo estás? No te olvides
             que estoy
y así como esta vez
vengo por él,
mañana serás vos, es ley.
Y me llevo de a una
las piezas
                   del rompecabezas
que es tu vida.”
Y, obvio, te duele
cómo no va a doler
si te sacó un pedazo
una parte de vos,
hilo de vida, de su,
de tu vida
que hasta hoy
transcurría cotidiana.

Brasas

    Una brasa que temía extinguirse demasiado pronto, buscó fuego en el calor de otra brasa que estaba a su lado.  Se acercó para encenderse, para que ardieran juntos el tiempo que durara el chisporroteo.
    La otra brasa la sintió tan cerca que comenzó a arder.  Y ese renovado ardor hizo que los cuerpos de ambos cedieran y el alma de sus fuegos quedó expuesta.
    Entonces, ambas brasas entendieron que estaban destinadas a mucho más que compartir las chispas del final.
    Brillaron, más que nunca.  Se iluminaron, y su ardor dio calor a todo alrededor.
    Brillaron y se encendieron, y fue tan intenso que entendieron que su destino era compartir la eterna construcción de un nuevo fuego, capaz de renovarse cada día.

martes, 7 de agosto de 2012

Re-descubrimiento

   Se miraron sin verse tantos años que, el día que se descubrieron uno en las pupilas del otro, se desconocieron por completo. 
   Entonces, empezaron a mirarse cada vez que podían.
   Y fue así que cada uno de ellos aprendió a buscarse en esos otros ojos y a disfrutar de hacerlo.
    Pero la luz de los ojos al mirarse tenía un brillo como no se puede igualar en este mundo.
   Por eso, supieron que todo ese tiempo habían estado buscándose el uno al otro, sin saber que estaban viéndose.
   Y así, no tuvieron más remedio que abrazarse hasta fundirse en la luz que los unía...

Ubicación de las cargas

     Algunos días se siente agobiada. Ese día, por ejemplo, le pareció que, por error, alguien puso un piano en su mochila. Entonces comprendió "alguien puso un piano". Es decir, no fue ella. Es más, ella se levantó con las mismas ganas de siempre, con la misma esperanza de universo pacífico de cada mañana, con voluntad literaria, con ansias de ternura, con abrazos de madre para dar.
    Pero de alguna manera, o de muchas, en un momento del día registró ese peso angustioso de piano en la mochila, de nubes grises, de frío en los pies, de dolor de cabeza, de...
    Entonces, decidió que si el piano no era suyo no-era-su-piano. Y, ya que estaba, tiró la mochila a un costado.            Después, como se sintió liviana, dio unos saltitos por la vereda mientras apuraba el paso. Y, ya que estaba, pisó dos o tres hojas doradas de otoño que con su crujir la hicieron más liviana todavía. Y eligió la vereda soleada que en mayo tiene aromas de infancia volviendo de la escuela al mediodía... Entonces, ahí no más, tuvo un arrebato de ternura hacia sí misma y aceleró hasta el pequeño local que ostentaba un antiguo cartel de "librería" y vio brillante y generoso un libro de Galeano. Se lo dio emocionada a la vendedora quien le preguntó si lo quería envolver para regalo. Le dio las gracias y le dijo que sí, pero que era un regalo para ella misma, así que sólo le pusiera una bolsita.
    Caminó con emoción pueril con su librito, se compró un bombón de chocolate y menta y se sintió feliz. Después, empezó a silbar bajito. Acababa de entender que, a veces, los pianos aunque sean pesados, si sabemos ubicarlos donde deben estar, nos pueden terminar haciendo descubrir hermosas melodías.