Usted está enojado con el mundo y yo estoy enojada conmigo.
Usted está enojado porque el mundo se ha negado a darle el lugar que merece.
Y yo estoy enojada porque no he sido capaz de luchar por el lugar que quiero en el mundo.
Usted, herido y cansado, se ha arrinconado en un sitio que aparenta seguro y trata cada día de convertirlo en ese lugar que añora. Pero, como en el fondo sabe que no es, que usted fuerza el molde sistemáticamente, se frustra, se angustia, y aumenta su enojo.
Por mi parte, en mi caso, yo sé que la culpa no es del mundo, que es mío el error. Y, por alguna extraña razón, por lo muy enojada y ofendida que estoy conmigo misma, con mi estupidez de querer cambiar a los otros, por pura compasión furiosa empiezo a reírme de mi ignorancia. Y, aunque me hago trampas que me ocasionan más angustia y boicoteo mis posibilidades de ser feliz, también me río de esta suerte extraña.
Y así nos encontramos, usted furioso y yo riéndome de mí.
Y a mí me sorprende la forma en que usted mira al mundo y reclama su lugar. Y a usted lo sorprende mi pasión por el mundo y mi risa. Y los dos comprendemos que las cosas no son tan verticales.
Entonces comenzamos una danza curiosa, un ritual de re - conocimiento. Porque descubriendo qué cosas hacen al otro ser quien es, qué lo apasiona, qué lo vulnera, vamos encontrando señales especulares de muchísimos elementos que también forman parte de nosotros mismos.
Entonces, yo trato de decirle que usted ya tiene su lugar en el mundo, porque es único, porque hay tanta plenitud en su personalidad, en esa esencia que se muestra íntegra a quien sabe acercarse. Y no importa que este mundo sea injusto o desconsiderado; usted es, y con eso basta.
Y por momentos veo, en sus ojos, señales que me hacen sentir que soy demasiado injusta conmigo, que tal vez no he sabido ver, en todos estos años, que mi lugar existe y hasta, tal vez, he sabido encontrarlo, en la forma posible, que, probablemente, no sea la ideal, pero es.
Pero, enseguida, me dejo llevar por la anquilosada idea de que esa es, simplemente, otra de mis absurdas ilusiones, porque usted seguramente no me ve como yo a veces creo que lo hace. Y siento que somos dos ciegos luchando contra todo, contra nada, contra nosotros mismos.
Y tal vez, el enojo aún no nos ha dejado ver quiénes realmente somos. O, quizás, tengamos miedo de ver qué tan distintas son las cosas cuando encaramos el mundo juntos. Porque el dolor y la frustración ciegan, y no podemos vernos.
Sin embargo, me detengo y pienso, que usted siempre me dice lo mismo: "nos vemos"
No hay comentarios:
Publicar un comentario