lunes, 23 de enero de 2012

Lluvia

Miro la lluvia.  Detrás de la ventana observo la constante danza sobre el suelo.  Pequeñas, grandes gotas que caen y se funden en los charcos que se expanden.  No es una de esas lluvias firmes, cortantes, que pinchan cuando rozan la piel.  Es una lluvia monótona, triste, como un deslizar de lágrimas del cielo.
Me pregunto si estarás viendo esta misma lluvia que yo miro.  Me pregunto si estarás escuchando esta misma lluvia que yo escucho sollozar sobre mi techo, deshacerse, deslizarse por los surcos del tejado e ir a morir sonando deslucida y lenta en el desagüe.
Y si me lo pregunto, no es porque hace ya muchos años que no te veo.  Y si me lo pregunto no es porque te vi esta tarde, pero ahora te sé en la otra punta de la ciudad, en otra vida, tal vez bajo otros cielos.
Si me pregunto si estarás viendo esta misma lluvia que yo veo, es porque sé que estás aquí, aquí a mi lado.
Porque sé que estás conmigo, a un centímetro del roce de mi cuerpo y a mil kilómetros de mi silencio.
Y prefiero seguir viendo la lluvia aunque no sepa si vos la estás mirando.  Tal vez estés dormido, o tal vez escribiendo o leyendo.  Quizás mantengas una conversación silenciosa con alguno de esos demonios que suelen acecharte, herirte, perforarte cuando empezás a disfrutar de la paz de las tardes.  O tal vez estés paseando abrazado a un recuerdo de otras formas lejanas y perdidas.  O puede ser que estés corriendo con los brazos abiertos detrás de alguna promesa sin temor alguno de mojarte o caerte.  Yo no lo sé.
Afuera sigue lloviendo con el mismo persistente ritmo.  Me pregunto si estarás mirando la misma lluvia que yo miro.  Estás a un instante de mí.  Estamos a un instante de reencontrarnos y abrazarnos y fundirnos en nosotros. Estamos tan cercanos.  Pero yo, yo no me animo a preguntarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario