martes, 10 de enero de 2017

Elección

Lo vi bajar por las escaleras a toda velocidad. Me pareció que apretaba algo entre las fauces. Tomó impulso y saltó por la banderola entreabierta de la puerta. Con paso sigiloso pero firme se escondió bajo un mueble. A esa altura no tenía dudas. "Dámelo, soltalo", le dije, en una especie de grito ahogado, para que mis hijos no escucharan. Abrió la boca y lo depositó en el suelo. "Andate lejos", le solté, con la misma especie de grito desgarrado en la garganta. El gato se alejó hacia los tejados. Simplemente un animal, puro instinto, sin haber hecho otro daño más que el de cumplir con las leyes de la naturaleza. De la misma manera que hacen los perros cuando los alcanzan.
El gorrión tenía los ojos abiertos, el corazón parecía a punto de estallarle en una cadena de latidos espaciados pero brutales. Me desesperó ver su quietud. No chillaba, no aleteaba. Como si en algún lugar de su ancestral memoria colectiva, hubiera una marca que le indicara que no tenía sentido oponerse al tremendo final.
Lo levanté formando una especie de cuenco con una revista. Lo saqué al patio. Tenía las plumas alborotadas, y algunas enrojecidas. Parada bajo las enredaderas, le acaricié el emplumado pecho. "Vamos, no te vayas. Por favor, no te dejes ir. Por favor, no te dejes ir. No te mueras, no te mueras, no te mueras. No te dejes morir."
Abrí la puerta de calle. Me paré en la vereda. Le acaricié la cabecita. Su plumaje me indicó que era una hembra. "Dale, amiguita, ponete de pie. Volá por favor, volá." La acomodé una vez más y, mirándome, se incorporó. Dio dos minúsculos saltos y echó a volar. Un vuelo frágil, pero sorprendentemente firme.
Mientras la miraba desaparecer entre los árboles, recordé una frase escuchada hace más de veinte años, en mis primeras clases en la universidad "...los seres humanos, a diferencia de los animales, no tenemos instintos, tenemos pulsiones..." No hay entre nosotros depredadores y presas. Todo el tiempo elegimos cómo vivir o no.

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